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¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
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+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   11, 1-10
Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discÃpulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavÃa. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: “¿Qué están haciendo?”, respondan: “El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida.”»Â
Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allà les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?»Â
Ellos respondieron como Jesús les habÃa dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendÃan sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrÃan con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguÃan a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!»Â
Palabra del Señor.
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PARA REFLEXIONAR
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Jesús procedÃa de su tierra de Galilea y se acercaba a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua, fiesta que reunÃa a todos los judÃos para recordar las grandes obras que Dios habÃa hecho por su pueblo elegido.Â
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Con Jesús, muchos se encaminaban también hacia Jerusalén. Gente de muchos lugares y también muchos de Galilea que habÃan escuchado su predicación sobre el Reino de Dios y lo habÃan visto acercarse a los pobres y a los débiles, también lo habÃan visto curar a los enfermos y luchar contra la injusticia y la mentira.Â
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Jesús hace su entrada en Jerusalén como MesÃas en un humilde burrito como habÃa sido profetizado por ZacarÃas muchos siglos antes. Es aclamado como enviado de Dios con cantos mesiánicos y llenos de alegrÃa porque este pueblo conocÃa bien las profecÃas
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Jesús admite el homenaje. Aunque que para Él es un llamado a establecer un reino de paz y de reconciliación sus partidarios se imaginan que es el inicio de un reinado temporal como nación poderosa que acabe con el sometimiento de Israel a los romanos.Â
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Sin embargo las caracterÃsticas de esta entrada “triunfal” no tienen nada de triunfalistas. Jesús no se presenta como un vencedor al frente de un regimiento, sino como un rey pacÃfico. Esta entrada representó para Jesús la entrada en su pasión.
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Hoy las palmas anuncian victoria y triunfo: “¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega!”. Porque hacia la Pascua caminamos, seguros de que después de la cruz explotará el ¡Aleluya! de la resurrección.
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Al conmemorar ritualmente este episodio de la vida de Cristo, nosotros deseamos proclamar que Jesús es nuestro Rey. Pero su realeza no consiste en la posesión de un dominio universal humano sino que ha sido conquistada al precio del sacrificio de su propia vida.
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Participar en esta liturgia hace posible que también nosotros formemos parte de la muchedumbre que lo acompañó aquel dÃa. Nosotros, hoy, también aclamamos a Jesús y queremos que su camino, su estilo, su manera de hacer, sea también la nuestra porque reconocemos, aunque nos cueste, que son los únicos que valen la pena.
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Nosotros, hoy, sabemos que el camino de Jesús acabará con la muerte en la cruz. Sabemos que su libertad, su amor, su entrega a los pobres y a los débiles no serán bien recibidas por los poderes de este mundo y que lo condenarán a una muerte terrible.
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Nosotros, hoy, al iniciar la Semana Santa, decimos con nuestros ramos y nuestras palmas que le agradecemos su amor fiel hasta la muerte, amor del que nacerá vida por siempre, vida para todos, vida capaz de transformarnos a todos.
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Su amor es más fuerte que la muerte, que el mal, que el pecado. Nuestro caminar al lado de Jesús con tantos hermanos en la fe que tienen nuestros mismos gozos y esperanzas, nuestros mismos anhelos e inquietudes a lo largo de esta semana, es el mejor discipulado para nuestra vida de cada dÃa.
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Que estos ramos y palmas que tenemos en las manos sean, hoy y cada dÃa, la señal de nuestra fe, la señal de nuestra alegrÃa de seguir a Jesús, la señal de nuestra convicción profunda de que su camino es el único camino de vida y de salvación para siempre.Â
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Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegrÃa serena y con nuestra sincera preocupación por los demás.
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Misa
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Lectura del libro del profeta IsaÃas    50, 4-7
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El mismo Señor me ha dado una lengua de discÃpulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oÃdo para que yo escuche como un discÃpulo.
El Señor abrió mi oÃdo y yo no me resistà ni me volvà atrás. Ofrecà mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupÃan.
Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecà mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
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Palabra de Dios.
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SALMOÂ Â Â Â Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a)
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R.    Dios mÃo, Dios mÃo, ¿por qué me has abandonado?
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Los que me ven, se burlan de mÃ,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.» R.
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Me rodea una jaurÃa de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R.
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Se reparten entre sà mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
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Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifÃquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.» R.
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Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Filipos 2, 6-11
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Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debÃa guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sà mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.
Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor.»
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Palabra de Dios
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Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos   14, 1-15, 47
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Buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte
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C. Faltaban dos dÃas para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decÃan:Â
S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo.»
Ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura
C. Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que estaban allà se indignaron y comentaban entre sÃ:Â
S. «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres.»Â
C. Y la criticaban. Pero Jesús dijo:Â
+ «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mà no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podÃa; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allà donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo.»
Prometieron a Judas Iscariote darle dinero
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oÃrlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
¿Dónde está mi sala,
en la que voy a comer el cordero pascual con mis discÃpulos?
C. El primer dÃa de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la vÃctima pascual, los discÃpulos dijeron a Jesús:Â
S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»Â
C. El envió a dos de sus discÃpulos, diciéndoles:Â
+ «Vayan a la ciudad; allà se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. SÃganlo, y dÃganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: “¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discÃpulos?” El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allà lo necesario.»Â
C. Los discÃpulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les habÃa dicho y prepararon la Pascua.
Uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo
C. Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaban comiendo, dijo:Â
+ «Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo.»Â
C. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro:
S. «¿Seré yo?»
C. El les respondió:Â
+ «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdrÃa no haber nacido!»
Esto es mi Cuerpo. Esta es mi Sangre, la Sangre de la alianza
C. Mientras comÃan, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discÃpulos, diciendo:Â
+ «Tomen, esto es mi Cuerpo.»Â
C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo:Â
+ «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el dÃa en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»
Antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces
C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo:Â
+ «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea.»Â
C. Pedro le dijo:Â
S. «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré.»Â
C. Jesús le respondió:Â
+ «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces.»Â
C. Pero él insistÃa:Â
S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.»Â
C. Y todos decÃan lo mismo.
Comenzó a sentir temor y a angustiarse
C. Llegaron a una propiedad llamada GetsemanÃ, y Jesús dijo a sus discÃpulos:Â
+ «Quédense aquÃ, mientras yo voy a orar.»Â
C. Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo:Â
+ «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquà velando.»Â
C. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decÃa:Â
+ «Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mà este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.»Â
C. Después volvió y encontró a sus discÃpulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro:Â
+ «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espÃritu está dispuesto, pero la carne es débil.»Â
C. Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabÃan qué responderle. Volvió por tercera vez y les dijo:Â
+ «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar.»
Deténganlo y llévenlo bien custodiado
C. Jesús estaba hablando todavÃa, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les habÃa dado esta señal:Â
S. «Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado.»Â
C. Apenas llegó, se le acercó y le dijo: «Maestro.» Y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allà sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo:Â
+ «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los dÃas estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras.»Â
C. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguÃa un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
¿Eres el MesÃas, el Hijo de Dios bendito?
C. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allà se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo habÃa seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el SanedrÃn buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús:Â
S. «Nosotros lo hemos oÃdo decir: “Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres dÃas volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre.”»Â
C. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús:Â
S. «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?»Â
C. El permanecÃa en silencio y no respondÃa nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente:Â
S. «¿Eres el MesÃas, el Hijo del Dios bendito?»
C. Jesús respondió:Â
+ «SÃ, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo.»Â
C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó:
S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oÃr la blasfemia. ¿Qué les parece?»Â
C. Y todos sentenciaron que merecÃa la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decÃan:Â
S. «¡Profetiza!»Â
C. Y también los servidores le daban bofetadas.
Se puso a maldecir
y a jurar que no conocÃa a ese hombre del que estaban hablando
C. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo:Â
S. «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno.»Â
C. Él lo negó, diciendo:Â
S. «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando.»Â
C. Luego salió al vestÃbulo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes:Â
S. «Éste es uno de ellos.»Â
C. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allà dijeron a Pedro:Â
S. «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo.»Â
C. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocÃa a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le habÃa dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces.» Y se puso a llorar.
¿Queréis que os ponga en libertad al rey de los judÃos?
C. En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el SanedrÃn. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Este lo interrogó:Â
S. «¿Tú eres el rey de los judÃos?»Â
C. Jesús le respondió:Â
+ «Tú lo dices.»Â
C. Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo interrogó nuevamente:Â
S. «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!»Â
C. Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponÃa en libertad a un preso, a elección del pueblo. HabÃa en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habÃan cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo:Â
S. «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judÃos?»Â
C. El sabÃa, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habÃan entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo:Â
S. «¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judÃos?»Â
C. Ellos gritaron de nuevo:Â
S. «¡CrucifÃcalo!»Â
C. Pilato les dijo:Â
S. «¿Qué mal ha hecho?»Â
C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:Â
S. «¡CrucifÃcalo!»
C. Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Hicieron una corona de espinas y se la colocaron
C. Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo:Â
S. «¡Salud, rey de los judÃos!»Â
C. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupÃan y, doblando la rodilla, le rendÃan homenaje. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo crucificaron
C. Como pasaba por allà Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo.»Â
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decÃa: «El rey de los judÃos.» Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Ha salvado a otros y no puede salvarse a sà mismo
C. Los que pasaban lo insultaban, movÃan la cabeza y decÃan:Â
S. «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres dÃas lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!»Â
C. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decÃan entre sÃ:Â
S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sà mismo! Es el MesÃas, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!»
C. También lo insultaban los que habÃan sido crucificados con Él.
Jesús, dando un gran grito expiró
C. Al mediodÃa, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz:Â
+ «Eloi, Eloi, lamá sabactani.»Â
C. Que significa:Â
+ «Dios mÃo, Dios mÃo, ¿por qué me has abandonado?»Â
C. Algunos de los que se encontraban allÃ, al oÃrlo, dijeron:Â
S. «Está llamando a ElÃas.»Â
C. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo:Â
S. «Vamos a ver si ElÃas viene a bajarlo.»Â
C. Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
Aquà todos se arrodillan, y se hace una breve pausa.
C. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar asÃ, el centurión que estaba frente a él, exclamó:Â
S. «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!»Â
C. HabÃa también allà algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban MarÃa Magdalena, MarÃa, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguÃan a Jesús y lo habÃan servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habÃan subido con él a Jerusalén.Â
José hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro
C. Era dÃa de Preparación, es decir, vÃsperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del SanedrÃn, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.Â
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacÃa mucho que habÃa muerto.Â
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.Â
MarÃa Magdalena y MarÃa, la madre de José, miraban dónde lo habÃan puesto.Â
Palabra del Señor.
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PARA REFLEXIONAR
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Ramos y Pasión, gozo y tristeza, vida y muerte son el contraste en nuestro andar de cada dÃa. La fiesta de hoy tiene palabras y sentimientos encontrados: ramos de alabanza y de aclamación junto a la muerte en el Gólgota.
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La Cruz es signo de fracaso. Aparentemente es el hundimiento de Jesús en el reino de la muerte. Pero para el creyente, su muerte es la señal luminosa de vida, de entrega, de victoria.
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Las lecturas de hoy nos centran en el gran modelo del camino pascual, Cristo Jesús, solidario con sus hermanos, se entrega hasta la muerte y alcanza Nueva Vida para Él y toda la comunidad creyente.Â
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La primera lectura está tomada del tercer canto del Siervo de Yahvé del libro de IsaÃas. OÃmos al siervo que escucha la palabra desde la mañana abriendo el oÃdo y sin rebelarse. Escuchar la palabra significa también aceptar los acontecimientos por más duros que sean. Le golpean la espalda, las mejillas y se deja mesar la barba. No oculta su rostro a insultos ni salivazos. Vemos en estos versos la historia misma de la Pasión de Jesús. Pero El Señor viene en ayuda del siervo obediente que no queda avergonzado.
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En el himno de la segunda lectura Pablo presenta cómo Cristo ha bajado, en su solidaridad con nosotros, hasta la renuncia total y la humillación de la cruz, pero ha sido elevado por el Padre hasta la gloria. Estamos en el corazón mismo de la fe cristiana. Y Pablo trae este himno para animarnos a que nuestros sentimientos sean los mismos que los de Cristo Jesús.Â
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En el Evangelio escuchamos el relato de la pasión de Jesús que es la cumbre del mensaje de este domingo. Jesús ha seguido el camino de la Cruz que lleva a la resurrección. Un camino solidario, arquetipo de todo el dolor de la humanidad, y también del estilo con que Dios salva.
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Esta pasión de Cristo es la epifanÃa de la pasión de Dios por los hombres. En Jesús, en su vida, en sus palabras, en sus milagros, pero sobre todo en su entrega y muerte, se hace evidente para los cristianos todo el misterio insondable del amor de Dios por todos los hombres. El Hijo del Hombre “por nosotros, y por nuestra salvación fue crucificado, muerto y sepultado”.
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En la Iglesia continúa la pasión de Cristo, porque la comunidad cristiana es el lugar de la lucha contra el mal. La Iglesia debe recoger todos los sufrimientos de los hombres y batallando ferozmente contra los egoÃsmos y las faltas de amor debe convertirse en lugar de encuentro, perdón, reconciliación y crecimiento. Ningún dolor humano debe ser extraño a la Iglesia. La pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor fÃsico, moral o espiritual. En los millones de hombres y mujeres que injusta e inocentemente son reducidos a la miseria, a la muerte de hambre, a la muerte violenta impuesta desde ideas o intereses inconfesables, en cada vÃctima del terrorismo, en cada muerto de hambre o por la droga, en cada muerto en soledad y abandono, siguen andando en carne viva los pasos de la pasión de Jesús.
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Por eso, el único signo creÃble de los discÃpulos de Cristo de lucha contra el pecado es la “compasión” efectiva con todo el dolor de la humanidad.
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Cristo ha asumido la vida del hombre en su totalidad, con dolor y muerte incluidos. Nuestra contemplación de Cristo en la cruz será auténtica si nos hace verdaderamente más humanos: cargando los dolores de los hombres, luchando solidariamente para disminuir el sufrimiento de los demás y viviendo esperanzadamente nuestra vida de cada dÃa.
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PARA DISCERNIR
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- ¿Me cuesta descubrir la presencia de Dios en el dolor y el sufrimiento?
- ¿Alejo de mà todo lo que suene a dificultad o sacrificio?
- ¿Qué cosas buenas o necesarias he dejado de lado por miedo al sufrimiento?
- ¿He claudicado en la búsqueda de la verdad y del bien por miedo al dolor?
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REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DIA
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“Se humillaba y no abrÃa la boca” (Is 53,7a).
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
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…Cuando no aceptamos verdaderamente a Jesús como Hijo de Dios para justificar nuestras opciones equivocadas, renegamos de él. Y lo renegamos por no compartir su suerte, por no participar en su muerte. Siempre que no sabemos negarnos a nosotros mismos, renegamos de Jesús. Siempre que queremos salvarnos de la cruz, le miramos de lejos, y en la práctica decimos —aunque no sea de palabra- que no lo conocemos.
¿Acaso no nos sucede esto con frecuencia? Si por consiguiente tantas veces renegamos de Jesús, otras tantas deberÃamos saber llorar amargamente y asumir el arrepentimiento y la conversión como compromiso de vida: éste es ciertamente el único camino hacia la santidad. La santidad no es fruto de virtud, sino un don de misericordia para quien se abre para acogerla, para quien se arrepiente de todo corazón, consciente de ser pecador. Es una gracia que el Señor nos haga ver nuestro pecado para llevarnos al arrepentimiento. Nos da la posibilidad de arrepentirnos: asà es su misericordia…
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(A. M. Cánopi. Pasión de Jesús según Mateo y “VÃa Crucis”, Casale Monf. 1994, 23s).
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PARA REZAR
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Tu voluntad
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Dentro de mà siento muchas veces
la rebeldÃa de quien no se conforma.
Tu voluntad trae momentos de intensa
alegrÃa, pero tiene también el peso
de muchas cruces.
Por eso no soy coherente con tu sÃ.
No me gusta cargar con el peso,
ni escuchar un no como respuesta,
aun cuando “no” venga de ti.
Aún no aprendà a sonreÃr
en los momentos de dolor y a mantener
la serenidad a la hora de la presión.
Termino pidiendo que hagas lo que yo quiero,
de la manera que lo quiero,
y en el tiempo que yo quiero.
La mÃa es aún una voluntad caprichosa y rebelde.
Aún no entendà que tienes un plan para mÃ.
Dios del sÃ, y del no: enséñame a decir sÃ.
Amén.